Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Opinión

Antes del ayer

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

El ayer que conocemos tiene nombres, acciones y legados. Es un ayer hecho de paladas y postes y nubes cargadas y tacurúes gigantescos y huecos sorpresivos en la tierra. Llanura incierta. Es todo lo que vio, al llegar, Guillermo Lehmann. Vino con su cochero familiar, Juan María Bourdalé, quien se animaba a emitir alguna opinión cuando su empleador salía a revisar los campos, antes de concretar las operaciones de compra para colonización. En esta oportunidad, invitó a quienes solían ocuparse de las mensuras, César Fantoli y Rodolfo Palacios. Este último aportaba su mayor experiencia por una cantidad de trabajos de campo anteriores, por lo que su opinión sobre la calidad de las tierras y el agua era fundamental. Previendo una opinión favorable, habían cargado sus teodolitos.

Hundir las manos

No habiendo caminos bien marcados, la llegada se hizo pesada, pero se acercaron lo suficiente al campo que debían reconocer. Rodilla en tierra, Lehmann escarbó en dos o tres partes y en todas encontró tierra negra hasta los 30/35 centímetros; más abajo, unos 60 a 70 centímetros de greda y luego tierra colorada. No disponían de informes emitidos por organismos específicos, pero una publicación de pocos años antes ubicaba a esta zona llamándola "pampa fértil" y señalaba una llanura sin accidentes naturales ni cañadas, con una pendiente de 97 cm sobre el nivel del mar. Estos datos alentaban a los colonizadores inclinados en mayor medida hacia la agricultura. Con regímenes de lluvia moderados, inviernos cortos y veranos rigurosos en enero, faltaba saber la calidad del agua subterránea. Muestras extraídas en zonas cercanas delataban la existencia de napas profundas abundantes pero salobres, y napas superiores potables, con menor salinidad.

Satisfechos con lo visto, volvieron para trabajar sobre mapas y planos, a fin de elaborar los argumentos para la venta de las tierras. La única observación que preocupaba a Lehmann era la falta de árboles, ya que la vegetación sólo mostraba montículos de espinillos y pastizales con espartillos y chilcas. Esta característica facilitaba el uso de mayor cantidad de tierra sin necesidad de desmontar, pero convertía en imperiosa la búsqueda de sombra, con todos los beneficios que proporcionan los árboles adecuados. En cuanto a la fauna, pudieron verse peludos, perdices, avestruces, martinetas, liebres y patos silvestres.

Mojones

Una semana después, volvieron los agrimensores Fantoli y Palacios para marcar sobre la tierra lo dibujado en los papeles. Mojones de hierro con las insignias GL labradas en la parte superior, se fueron distribuyendo en parcelas denominadas "concesiones", equivalentes a 33 hectáreas. Desde sus oficinas de Esperanza, Guillermo Lehmann comenzó a promover la venta con especial acento entre los inmigrantes que habían arribado desde Italia y que se habían radicado precariamente en Pilar y alrededores. Ya por entonces, Lehmann había resuelto, de común acuerdo con sus socios, que la nueva colonia se llamaría Rafaela. Expectantes, se mostraban interesados Gaudencio Mainardi, Francisco Beltramino, Juan Bautista Geuna, Juan Zanetti y unos cuantos más, que empezaron a reunirse con Christian Clauss, por entonces socio de Lehmann para este emprendimiento.

Una pala mecánica arrastrada por seis caballos de tiro, enviada por el Gobierno de la provincia, había comenzado con la traza de las calles, ocupando cuatro concesiones, que a su vez fueron llevadas ocho veces para el ancho y catorce veces para el largo, con una plaza central y cuatro bulevares apuntando hacia Santa Fe, Lehmann, Presidente Roca y Susana.

Los boletos

Los primeros boletos de compra-venta fueron suscriptos por tres amigos, que fueron juntos a hacer el negocio, para cuidarse uno a otro y vigilar a la empresa colonizadora. Eran jóvenes. Con los boletos N° 50, 51 y 52 aparecen respectivamente Juan Maurino, el 3 de abril de 1881, por cuatro concesiones, en la suma de 1.000 pesos fuertes bolivianos; junto con Maurino realizó su compra Jorge Astesano, por la misma superficie y en el mismo precio. El tercer inversor que integró el grupo de compradores fue José Dagga, pero tres meses después desistió de la operación y transfirió el boleto a nombre de Gaudencio Mainardi, quien realizó un pago de $ 105,50 billetes (sic) el 16 de julio de 1881, en Esperanza. Casi simultáneamente, Francisco Beltramino compró 6 concesiones. Estos dos últimos mencionados habían viajado juntos desde Airasca, Italia, y se emplearon como medieros en Pilar, ahorrando y esperando la oportunidad para echar sus propias raíces. Así se fueron sumando hasta totalizar 63 habitantes en la nueva colonia. Rápidamente se pusieron a sembrar algunos, a encerrar sus primeros vacunos y las primeras gallinas. En 1883, la población sumaba 427 habitantes; ya había almacenes donde proveerse, herrero, peluquero, médico. Uno de ellos, Antonio Podio, que vivió 86 años, acuñó una frase que fue tradición en su familia y resume lo que se vivió entre ellos: "Estos terrenos son buenos. Vamos a acampar aquí".

Así empezaba nuestro ayer. Así empezaba a tejerse la tradición. Conocer estos pasos, que supieron de fiestas, pestes, venturas y adversidades, es conocer la forma de nuestra cuna.

Fuente: Historia de Rafaela, de Adelina Bianchi de Terragni

enfoques

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso