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Opinión

Aquellos carnavales

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Como sucede con casi todos los hechos que trascendieron su propio tiempo, la paternidad del Carnaval es reclamada por diversos orígenes. Algunos la atribuyen a las fiestas en homenaje al buey Apis, a quien los egipcios honraban para pedir o agradecer la fertilidad y buenas cosechas. A los griegos les gustó y se lo llevaron para sus islas para celebrar a Baco por la producción de uvas, vino, comidas, fiesta, pero los romanos, que de todo se apropiaban, lo incorporaron a su iconografía, veneración y -claro está- a sus fiestas, con las Saturnalias, donde, después de sacrificar un toro en el templo, seguía un banquete público y todo tipo de excesos. Desde el año 1162 Venecia celebra su carnaval elegante y suntuoso. Podemos agregar Río, Corrientes, Gualeguaychú, Humahuaca.

Cada forma de celebración tiene su sello, que responde a su propia cultura y tradición. El carnaval está ligado a la Cuaresma católica, periodo que comienza el miércoles de ceniza, cuarenta días antes de la Pascua, en cuyo tiempo se realizan diversos actos de liturgia penitencial. Ante esta tradición, se impuso que, desde una semana antes, el pueblo se suelta a todo tipo de exteriorizaciones sin timideces ni pudores, para luego entregarse al recogimiento litúrgico. El término Carnaval proviene así del latín carnem levare, abandonar la carne en su significado más amplio: la carne como alimento y los placeres de la carne.

La Pascua de Resurrección, que es el domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de marzo, varía todos los años entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Desde esa fecha 40 días hacia atrás, se cuenta la cuaresma y los 6 días previos es el carnaval.

Memorias rafaelinas

La memoria antigua suena a bomba de estruendo a las 2:00 de la tarde, por la que la Policía habilitaba baldes y pomos con los que varones y mujeres celebrábamos nuestro carnaval mojándonos mutuamente. Todos sabíamos que estar en la calle a esa hora era exponerse a una mojadura impune. Algunas "chatitas" recorrían la ciudad con bombeadores manuales y sálvese quien pueda. El código no escrito establecía que ningún varón mojaba a otro varón ni ninguna chica a otra congénere; también se respetaba a personas mayores, especialmente si estaban vestidas "de salida". A las 18:00 hs otra bomba de la policía señalaba el final de la "piedra libre" y todos guardábamos nuestro arsenal para el día siguiente.

Los primeros indicios lo daban las mascaritas sueltas -normalmente niños- que al atardecer lucían sus engendros con voces aflautadas mientras algo iban consiguiendo para endulzar la gira.

Hace unos años la Asociación Amigos del Museo Histórico, con asistencia de dos referentes, Luciana Buffa y Viviana Bai, convocó a una reunión destinada a recoger testimonios de los protagonistas de años más activos. Luciana mencionó la presencia de Pieruccioni, Alessio, Capella, Rigoni, Bellezze, Bircher, Pautasso, Tapia, entre otros. Cada uno de ellos fue desgranando recuerdos para reconstruir una historia viva.

Eduardo Alessio: "Hablo de los años '70, cuando todos teníamos tiempo; había tiempo para charlar, para jugar, para compartir momentos. De los corsos de Av. Santa Fe íbamos a los bailes de Juventud, que después absorbió Boca y después Quilmes. Nosotros éramos un grupo de amigos que para los carnavales también nos disfrazábamos, pero para hacerlo había que pedir permiso a la policía. Nos colocábamos antifaces negros para que no nos conozcan y poder hacerles bromas a los conocidos, pero para entrar al baile disfrazado había que mostrar el permiso. Nuestros disfraces eran muy precarios: tres o cuatro alambres, tenazas, engrudo y unas bolsas de portland. El asunto era ocupar el tiempo; un día nos pusimos a fabricar caretas, hicimos moldes de barro y fabricamos unas setecientas, pero ¿qué pasó? ese año salieron las de plástico que se vendían ¡a 1,20! Entonces empezamos a pensar en fabricar una carroza para un concurso que organizaba Bellezze en los corsos de Av. Santa Fe…". "Un año, Bellezze con Scaraffia organizaron un concurso para carrozas premiadas en otros lugares, entonces dijimos con Pieruccioni: ¿y si nos presentamos diciendo que somos de afuera? ¿no nos meterán presos? Corrimos el riesgo, hicimos un pescado como de cinco metros, lo guardamos en casa de Rigoni y lo inscribimos en Villa María; no ganamos premios, pero nos dimos el gusto, y nos divertimos como mascaritas 'cordobesas'. Al año siguiente me dediqué a fabricar enanos cabezudos y así se creó una categoría especial con la que entramos en el circuito de corsos y concursos de distintos pueblos".

A su turno, Leonello Bellezze contó su aventura cuando, al principio de los sesenta, los corsos empezaron a decaer y perder interés; a la dupla Bellezze-Scarafía se le ocurrió proponer al entonces intendente Rodolfo Muriel la organización de un certamen nacional de carrozas. Se estaba dando en los principales corsos de la región la aparición de las carrozas articuladas, con movimientos y efectos especiales.

"Con el visto bueno del Intendente -contaba Bellezze- salimos a recorrer los principales corsos, tanto de día como de noche, además conseguir galpones y tinglados donde guardar las grandes estructuras. Uno de los carnavales más importantes era el de Sastre; fuimos a hablar para que participen, nos rechazaron de mala manera. Finalmente, nuestro certamen fue un éxito rotundo, aparecieron concursantes inesperados y además habíamos contratado otras atracciones, como los taxis locos que fueron la delicia de chicos y grandes. Se reunieron treinta mil personas. El jurado estaba integrado por el arquitecto Severín, el ingeniero Báscolo, el doctor Comtesse, Emilio Grande y Sara Peretti de López Caula, quienes puntuaban cada uno de los componentes del conjunto. Siempre recordamos una carroza con un enorme gaucho sentado, que tomaba mates y cada sorbo lo arrojaba a un lado y otro al público, como si fuera saliva. Fue un éxito increíble, dimos premios importantes y con parte de las utilidades compramos abrigos para el hospital. Aun así, enseguida surgieron los que decían que eso debía ser organizado por la Municipalidad y no por una empresa privada, al año siguiente apareció gente que compraba carrozas, que ofrecía dinero, en fin… se empezó a tergiversar la iniciativa original y todo terminó".

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