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Opinión

El caminito que el tiempo no ha borrado

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Se llamó Gabino, un nombre que, entre los mendocinos de La Paz, era bastante común. Nacido un 19 de febrero de 1895, agregó a su apellido paterno el de su madre, descendiente directa del caudillo Chacho Peñaloza. Vivió parte de su niñez en Mercedes, San Luis, pero allí Gabino sintió que su vocación por la poesía y sus versos lo empujaban hacia la misteriosa Buenos Aires del novecientos. Tenía 15 años cuando partió, casi sin permiso, a compartir noches de cafetines junto a Juan de Dios Filiberto, Luis Teisseire Benito Quinquela Martín y un tal Carlos Gardel. Gabino se introdujo en el mundo de la bohemia escribiendo poemas que se publicaban en distintos medios, entre ellos la revista Caras y Caretas.Buenos Aires Como la poesía no era un medio suficiente para sustento, trabajó como inspector del ente recaudador de impuestos y del Instituto de Vitivinicultura. Esta doble función lo obligaba a desplazarse por el País, hasta que en 1927 se radicó en Chilecito, La Rioja; lo prefirió a Olta, el pueblo donde vivía su madre. La comunicación terrestre era muy dificultosa, por lo que Gabino debía desplazarse con caballos o lomos de mula. En una oportunidad, una gran creciente, seguida por días de abundante lluvia, hizo que el río bloqueara su desplazamiento, por lo que Gabino debió resignarse y esperar. Fue en esa circunstancia que, caminando por las afueras de Olta, advirtió que en una casa se estaba desarrollando una reunión social; pidió permiso y se incorporó a la fiesta. Observador pasivo, vio un piano Steinway & Sons, traído desde Chile. Preguntó si alguien podía ejecutar música con tal instrumento, a lo que le presentaron a una señorita que, cordial y animosa, cumplió con el pedido del nuevo visitante. Gabino quedó prendado de ella y la atracción fue recíproca. Andando por el sendero vecino a la casa, Gabino escuchaba a veces el sonido del piano y adivinaba las manos que producían las melodías clásicas. Una tarde la vio asomada a la ventana y la invitó a pasear por el sendero, prudentes y ocultos, para evitar el posible disgusto de los padres de ella ante una relación inaceptable entre la muchacha y el hombre viajero. Así, ese caminito bordado de trébol y juncos en flor fue el punto de unión de la pareja. Volver Gabino debió volver a Buenos Aires, a rendir informe de su trabajo. Prometió a su amada volver a buscarla para continuar sus vidas juntos. Un año después volvió a Chilecito y corrió de inmediato a Olta, para reencontrarse con ella; se había propuesto hacer un pedido formal de la mano de su amada. Al llegar a la casa donde ella vivía, la encontró vacía. Recorrió los alrededores pidiendo al vecindario algún dato que le permitiera encontrar a la destinataria de sus sueños; nada pudo saber, nadie se dio por enterado de la ausencia. Sólo una vecina atinó a contarle que los padres decidieron partir, sin decir adónde, al enterarse que la muchacha estaba gestando un niño, seguramente de aquel moreno que una noche se apoyó en el piano para disfrutar de la música que brotaba de las caricias de un teclado, que después sería reemplazado por las manos de Gabino. Rechazado y triste, Gabino Coria Peñaloza volvió a Buenos Aires. Junto a Juan de Dios Filiberto, recorrieron la noche y las canciones. Caminaron un suburbio algo sórdido, surcado por vías de un ramal clausurado del Ferrocarril Buenos Aires al puerto de Ensenada, convertido en un basural; esa misma calleja curva que el intendente Giralt, con el impulso de Quinquela, convirtiera en un hito turístico. Para entonces, ya el tango Caminito se había convertido en una referencia tanguera muy importante, a partir de su grabación por Carlos Gardel y de Ignacio Corsini. Para la inauguración, fueron invitados especiales Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñaloza, pero este último se negó a concurrir, ya que consideró que en Buenos Aires se habían apropiado del escenario de su historia, tan triste como inolvidable, compartida con aquella mujer a quien amó y con quien tuvo un niño que nunca conoció. El camino borrado El poeta publicó tres libros: "El Profeta Indio", "Cantares" y "La Canción de Mis Canciones", con ideas sobre espiritualidad consideradas avanzadas para su época. Cumplida la etapa de Buenos Aires, volvió con su esposa a Chilecito. Allí, con la mirada desbordante por el nevado cerro Famatina, pasó sus últimos 40 años escribiendo versos románticos, nostálgicos. Murió un 31 de octubre de 1975, a los 95 años. Mientras sus piernas pudieron sostenerlo, volvía a recorrer aquel "caminito que entonces estabas / bordado de trébol y juncos en flor, / una sombra ya pronto serás / una sombra lo mismo que yo". Gabino ya no volvió a "la Boca", Vuelta de Rocha, Caminito, San Telmo y su mercado. Hay historias que van mucho más adentro en la memoria que una simple y ocasional inspiración. "Desde que se fue / triste vivo yo. / Caminito amigo / yo también me voy". Hoy, andar por el Caminito porteño es entrar a una maraña de colores, tangos, personajes, cuevas de cambio, contingentes de hablar extraño y aquel muchacho de otros tiempos que se ambienta a sí mismo, sentado en un banco de otro siglo, balbuceando "Caminito que el tiempo ha borrado…" Esta historia se basa en el relato del nieto de Don Gabino, más otros datos y apuntes que quedaron en archivos necesarios.

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