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Opinión

La cultura y sus recursos

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

La década de los '60 significó en el mundo un tiempo de arte y revolución. El cine con la nouvelle vague francesa, Fellini que avanzaba con sus irreverentes simbolismos y Visconti y Goddard y el Actors Studio, mientras el teatro se nutría con Stanislavsky, Tennessee Williams, Anhouil, y asistíamos sorprendidos al cubismo de Picasso, a las veleidades de Dalí, lamentábamos la partida de la Piaf y festejábamos el nacimiento de los Beatles. En los '60 convivieron los ruidos del Mayo Francés y el advenimiento de la minifalda con Mary Quant. En Rafaela, un centenar de jóvenes movilizaba las inquietudes de una cultura que reclamaba su protagonismo. El universo teatral doméstico tenía variantes en el Centro Ciudad de Rafaela, el Mariano Quirós y el Ricardo Rojas; eran casi los mismos que se agolpaban en el Cine Club o que asomaban tímidamente a las muestras de pintura. En el Lasserre, "Amigos de la Música" aportaba lo posible para elevar la sensibilidad a partir de los oídos.

En parte de esa década, la Municipalidad de Rafaela tenía como secretario de Cultura y Acción Social a Mario Vecchioli. En esa función, advirtió una casi secreta acumulación de páginas con vuelo de imaginación y creó, en 1966, un certamen literario para todos los géneros posibles; generó así un movimiento súbito de valores diversos que no tuvo su final al nacer, sino que -lo supimos después- fue un punto de partida.

Y fue ERA

Había escrito yo algunas páginas -olvidables páginas- en prosa y en poesía ¡hasta una obra de teatro!, lo cual no me daba derecho a otra cosa que recibir el aliento de Lermo Balbi y el impulso de Fortunato Nari. Con estos avales, Alberto Domenella ("Tito") invitó a su casa a un grupo de jóvenes que le pareció afines a las letras. Una noche, nos encontramos conversando: el propio "Tito", Fortunato Nari, Elda Massoni, Margarita Beceyro, Ángel Balzarino y yo. Sin advertirlo, nos encontramos soñando con una sociedad rafaelina donde la poesía fuera protagonista, esté presente, conmueva a los jóvenes y anime a los adultos; en una palabra, exista.

Sabíamos de la producción de muchos que, a lo largo de la historia, por medio de ediciones o de colaboraciones aisladas, merecían el conocimiento masivo. Fortunato ya había asomado con su Ventana de Vacaciones, Elda iluminaba las páginas de La Opinión, Margarita en Castellanos y los demás ejercíamos la timidez de los seudónimos, guardábamos páginas en algún lugar o enviábamos pensamientos románticos a nuestra amada, que iban a un archivo atado con una cinta azul. Todo eso no podía quedar así. ¿Y si nos asociamos para apoyarnos mutuamente? Propuesta o desafío, lo que fuere, nos acompañó esa noche al regresar a casa. Teníamos la sensación de que algo había nacido y acordamos un segundo encuentro.

La cita siguiente fue en la "Bambi", casi al lado del Cine "Belgrano". Entrado diciembre del 70, la reunión se formalizó en un extremo de la pizzería, con los mismos participantes más Amílcar Torre, un joven amante de la poesía y el rigor de la literatura. Teníamos la certeza de que estábamos contribuyendo al crecimiento de las letras rafaelinas, así de presuntuosos fuimos. Convinimos en invitar a algunos más, "Tito" se encargó de elaborar un acta y el lugar elegido debía ser más solemne que una pizzería, así que alguien aportó la llave del Centro Ciudad de Rafaela y allá fuimos.

El alboroto de las fiestas había pasado. Regresada la serenidad, el 4 de enero de 1971 nos mirábamos con una sonrisa y, entre sensateces, disparates y sueños, los seis primeros más los otros tantos que se incorporaron, el acta quedó signada. Una sensación de compromiso asumido sacudió las alas de la imaginación y el proyecto. El nombre llevó un tiempo de reunión, que finalizó con ESCRITORES RAFAELINOS AGRUPADOS (E.R.A.), no unánime, pero aceptado. Margarita y Elda fueron comisionadas, al filo de la medianoche, para cruzar hacia LT28 y anunciar el nacimiento de una entidad que debía perdurar.

Con o sin Estado

Acaso las ferias del libro debieran derivar también en la feria de páginas sueltas, pantallas oscilantes entre el enter y el delete, borradores que en su tiempo terminaban agonizando en el cesto y más recientemente en una inapelable papelera de reciclaje. Son muchos más los que escriben y callan, los que pintan y esculpen. La feria de las páginas sueltas sería una bandada de pensamientos que esperan volar.

Cuando advertimos que últimamente tantos reclaman a gritos la intervención del Estado en la Cultura, pienso en todas las actividades que se generaron y los talentos que se expresaron sin que el ente regulador público metiera sus narices, salvo en alguna que otra ocasión aislada; que los artistas elaboraban sus creaciones y su ideario con el esfuerzo personal, el riesgo propio y las iniciativas más variadas. Claro que, con un paquete de infraestructura y dinero, llovidos desde el erario público, es más fácil e inmediato, pero esto no hace sino pensar en aquellos que se las arreglaron para una madurez cultural de la que Rafaela puede hacer gala.

Los artistas no suelen ser empresarios, pero logran bellas y buenas cosas como para que los empresarios atiendan los llamados y gocen de su propio esfuerzo. No habría que esperar que el Estado seleccione a qué amigos impulsar y a qué adversarios ocultar. Lo fácil no desafía; lo abundante oculta a la necesidad; la Cultura es una usina de recursos que alimentan la capacidad espiritual de una comunidad, la nuestra.

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