Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Opinión

La salud en tiempos de la colonia

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Eran unos pocos cuando el siglo terminaba. Entre esos pocos, algunos habían recibido nociones para la cura de enfermedades leves y frecuentes. Estaban demasiado ocupados para pensar en la prevención. Se mezclaban recursos naturales, transmisiones aborígenes, curanderas, recomendaciones de parientes europeos, pociones mágicas. Era muy escaso el arsenal profiláctico como para evitar que la viruela, la fiebre tifoidea y el cólera hagan su aparición agresiva y mortal.

En 1888 Rafaela padeció, con el cólera, la peor epidemia. Se les atribuyó a los barcos de ultramar el transporte de la bacteria desde los países de origen; a su vez, el ferrocarril parece haber sido el vehículo transmisor a través de sus pasajeros; lo cierto es que los habitantes de Rafaela lo padecieron al punto de haber fallecido 225, un número muy importante en relación a los pobladores de los primeros años. Los entierros se producían en un primer momento en el campo de José Buffa, cubriendo los cuerpos con cal. Luego, José Podio (el "Chacra" Podio) donó un terreno para cementerio. Los fallecidos, a veces hallados en la calle, eran trasladados en carros y arrojados en fosas.

Se cuenta sobre la existencia de un farmacéutico francés, de apellido Diamel, que tenía su botica en la esquina de Rivadavia y Colón (luego Fonda Pinerolo); este boticario aseguraba haber creado un remedio para el cólera; en realidad, quienes lo tomaban morían casi de inmediato. Muy pronto, una familia de colonos, dos de cuyos integrantes habían sido víctimas de la pócima, se apersonaron en la botica; como Diamel se mostraba descompuesto, le hicieron tomar su medicina. Falleció al día siguiente.

Ayuda oficial

Pedro Avanthay, acompañado por los señores Martinetti y Aufranc, iban semanalmente a Esperanza para traer grandes damajuanas con alcohol y láudano. El láudano era una bebida alcohólica con opio, que se utilizaba para aliviar el dolor, aunque producía, según la cantidad ingerida, trastornos parecidos a la borrachera o a los narcóticos.

Recién en 1901 consta una nota de César Gauchat solicitando al Ministro de Gobierno de la provincia que se atienda el estado sanitario de la población. Simultáneamente, Luis Tettamanti pide al párroco Dimas Mateos que no permita la introducción de cadáveres en el templo durante los oficios y tampoco su estacionamiento frente al mismo. Federico Maurer, como presidente de la Comisión de Fomento, se alarmó ante la epidemia de peste bubónica en Rosario, tomando medidas de higiene en toda la jurisdicción.

Un gesto hasta cierto punto pintoresco pero que revela las condiciones de trabajo para los médicos, muestra al Dr. Andrés Maggi, uno de los primeros de la Colonia, enviando al Instituto Pasteur de Buenos Aires un pequeño bulto que contenía la cabeza de un perro que había mordido a dos niños. Es el mismo Dr. Maggi que se dedicó noche y día a los pacientes de epidemia, a tal punto que descuidó su propia salud y murió de peritonitis por no hacerse operar a tiempo.

Las Damas

Cuando las enfermedades endémicas y las epidemias comenzaron a hacer presa de una comunidad desprevenida, un grupo de mujeres se transformó en eficaces auxiliares de los profesionales y funcionarios que debían atender una situación que se agravaba con el paso de los días. Así nació la Sociedad de Beneficencia, presidida por Dolores Rosa de López Jordán, que tenía una amplia conexión con encumbradas figuras políticas de Santa Fe y Entre Ríos. El grupo de mujeres inició una colecta con aportes propios y de todas sus relaciones sociales y familiares. Lograron la suma de $ 5.500, con la que compraron una propiedad de César Gauchat, la que se adaptó como hospital y se inauguró el 4 de junio de 1905. Su primer director fue Esteban Albertella, hasta 1914, en que fue sustituido por el Dr. Jaime Ferré. Este médico se graduó en la Universidad Nacional de Buenos Aires, pasó luego por el Hospital "Rawson" y se trasladó a Rafaela en 1902. Aquí demostró una profunda pasión por la asistencia a los enfermos, por lo que fue designado director del Hospital en 1914, cargo en el que mostró empeño e iniciativa, apoyándose en las damas de beneficencia, que lo secundaron en la recaudación de fondos para obtener las sucesivas ampliaciones. En 1915 se inauguró el pabellón de cirugía y en 1924 se construyó y habilitó el pabellón para las salas de clínicas. El Dr. Ferré desempeñó su cargo hasta 1929. A su retiro, se decidió ponerle su nombre al Hospital, en agradecimiento por su dedicación.

Además de la señora de López Jordán, cabe señalar la asistencia de, entre otras, Alejandrina de Beaupuy y Magdalena de Lorenzi. Entre colectas y gestiones a todo nivel, las damas se ocuparon de sostener económicamente al Hospital de Caridad. En 1938, con el apoyo del diputado nacional Walter Muniagurria, lograron su nacionalización y la elevación de su capacidad a 200 camas.

La historia local ha recogido muchos nombres que sostuvieron la salud de la población. Podemos recorrer las trayectorias de Poggi, Nosti, Matijas, Chianalino, González, Goñalonz, Borda, Benlisah, Barreiro y tantos más. En esta oportunidad recogemos testimonios de algunos de los primeros, quienes, con tanta preocupación como precariedad, auxiliaron la salud de los colonos.

Fuentes: Historia de Rafaela, Adelina Bianchi; Primitivo Gallo Montrull

enfoques opinión

Comentarios

Te puede interesar

Teclas de acceso