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Opinión

Luis Emilio Mársico, política en acción

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Alfredo Mársico y María Bertina Roveda tuvieron un hijo, al que llamaron Luis Emilio. Nació el 25 de mayo de 1932, en Rafaela. Por su condición de hijo único, tuvo una niñez alegre y disciplinada, signada por su escolaridad primaria en el "San José de los Hermanos Maristas". Continuó su secundario en el mismo colegio hasta completar el cuarto año; en ese momento se decidió por la carrera de Contador Público, para lo cual pasó a la "Escuela Nacional de Comercio" para el último año de secundaria. En la facultad, sumó ansiedad y capacidad para obtener el título en tres años, algo poco común en aquella época y en ésta también.

Desde el secundario comenzó su militancia política en el Partido Demócrata Progresista, actividad que se fue acrecentando con los años. A poco de graduarse, fue convocado para dar clases de Contabilidad en el mismo colegio en donde había estudiado. Didáctico y ameno, regateaba la sonrisa pero no las ocurrencias pintorescas; alternaba el dictado de lecciones con anécdotas de la realidad nacional, enfocándose hacia la educación de ciudadanos útiles y formados. Amaba su profesión y la docencia, pero no tanto como la actividad política. Cuando fue convocado por Virgilio Cordero, en 1973, le dedicó su tiempo completo a la función de Secretario de Gobierno y Hacienda de la Municipalidad.

Familia

Luis se casó con Ana María Mazzola el 5 de febrero de 1970; ella provenía de una familia de Lehmann, compuesta por su padre Antenor, su madre María Albanesi y tres hermanas. A su vez, Luis y Ana María tuvieron dos hijos: Lisandro Luis, abogado, concejal, heredero de la corriente política en la que militaba su padre, y Melina Laura, casada con Bernardo Albrecht y madre de dos varones: Ignacio y Santino.

Gestor de oportunidades

Mientras desempeñaba su cargo en el reducido Gabinete Municipal, Luis se ocupó de buscar los resquicios para aportar medios a una ciudad cuya disponibilidad de fondos había quedado en su mínima expresión. Visitando despachos y convenciendo funcionarios, logró que Ferrocarriles autorizara la apertura del paso a nivel por la Avenida Aristóbulo del Valle, que hasta entonces significaba una barrera infranqueable. Enterado de que el intendente de Buenos Aires, el brigadier Cacciatore, construiría una Autopista a través de la Capital Federal y que, para ello, debía quitar los elementos de iluminación existentes, gestionó y obtuvo que las luminarias descartadas pasen a instalarse en nuestra Avenida Luis Fanti.

Del mismo modo, andando por el puerto de Buenos Aires, observó una pila de adoquines, de los que los barcos de ultramar traían como contrapeso, para después ser descargados y reemplazados por cereales; ubicó al funcionario responsable y consiguió la cesión de un cargamento de esos adoquines, que fueron destinados a la Plazoleta "Centenario". Su arma principal fue una cultura general amplia, cimentada por la lectura y la profundización de los hechos y personajes históricos, pero no sólo eso: exponía con soltura sobre música lírica, aprendida en los discos domésticos y en las veladas del "Colón", que le brindaban tanto placer como su pasión por el tango.

En las charlas de café, que se asemejaban mucho a un libro oral de quejas y propuestas, recogía las inquietudes y necesidades de los ciudadanos; allí también alternaba con quienes compartían su otra pasión, el turf; dominaba la prosapia del fotochart y la fusta, de tirar algún boleto y discutir las fijas.

De chatarra a equipamiento

Andando por el Corralón Municipal, empezó a obsesionarle la idea de recuperar las 70 máquinas que estaban paradas y en desuso; no había dinero para reemplazarlas, por lo que reunió a un grupo de empleados de los más idóneos y logró poner en marcha esas máquinas, consiguiendo repuestos; mientras los conseguía, visitaba corralones de otras ciudades, con el objetivo de lograr la cesión de esa "chatarra", que su gente convertiría en máquinas funcionando, aún si se trataba de equipos viales pesados.

Cordero y Borio

Mársico, durante su gestión como Secretario, tenía frecuentes reuniones con Virgilio Cordero, para transmitirle sus iniciativas que, a menudo, le parecían demasiado utópicas al Intendente. Las encendidas discusiones traspasaban los límites del despacho en los altos del edificio de Avenida Santa Fe, pero también era un placer presenciar las conversaciones entre ambos sobre temas particularmente cultos y enriquecedores.

Luis continuó su desempeño como Secretario de Gobierno cuando asumió Juan Carlos Borio en 1976; fueron, además, grandes amigos. No tuvo mucho tiempo más. Su incontenible adicción por el cigarrillo fue deteriorando prematuramente su salud. Tempranamente, a los 50 años, después de una larga enfermedad, falleció el 10 de octubre de 1982. Rafaela perdió a un ciudadano navegante entre el delirio y las iniciativas, que mereció estampar su nombre en una calle de la ciudad, cobijado por los árboles de la Villa Aero Club.

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