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Opinión

Manuel, ésta es tu patria

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Crujen los andamios del monumento que soñó Manuel Belgrano y tantos hombres y mujeres que en la historia han sido. Heridos en el alma otros hombres y mujeres arden en la duda por seguir adelante o llamarse al abandono. Esta tierra fue elegida por los desamparados, defendida por los esperanzados, sembrada, cosechada, recorridos sus territorios, descartados por ser difíciles pero no imposibles, con similares sensaciones de aquellos que sólo divisaron pasto puna y tacurúes donde después florecieron trigos.

Esta tierra que hoy se usurpa o se abandona fue tantas veces codiciada. Generadora de horizontes, les dio facilidad a quien quisiera poner semillas y juntar sus frutos. Es verdad, es necesario proteger lo que crece, alimentar el suelo, acompañar el curso de los ríos, tomar y reponer la madera de los árboles; devolver lo que se recibe, cuidar lo que es de todos.

El siglo XIX fue el momento de la llegada; el siglo XX fue el desarrollo de pueblos y personas; el XXI parece ser el siglo de la huida. No hay futuro -dicen-, no hay seguridad -afirman-, no tenemos alicientes, reprochan entre razones de medianoche y prefieren atender las mesas de un bar en Italia que soportar la incertidumbre cíclica de su patria. "¡No se vayan!", ha clamado el Presidente, heredero de un sistema que usó los frutos del trabajo para facilitar el ocio y hasta premiarlo; un sistema que ha consagrado a políticos sin fundamentos y funcionarios sin mérito. Palabras huecas y mentiras graves han socavado la confianza. Asistimos estupefactos al drenaje de dinero delictivo, de esa putrefacción que contamina a quien lo toca -y aún al que no lo toca-; ese dinero verde-robo que ha causado la muerte y la desesperanza de jóvenes y ancianos, de estudiantes y profesionales, que fueron usados para aumentar un presupuesto y guardarlo dentro de esa cavidad monstruosa donde se guarda el honor y el sacrificio de tantos.

Hay que cuidar el valor del ahorro, se le ordena desde un sitial de pantallas anónimas al que consiguió unos pesitos más y pretende preservar hoy lo que necesitará mañana para sobrevivir. Es el pecado disfrazado de virtud, que justifica la enorme herida que el argentino se infiere a sí mismo y a su patria. A su Patria.

¡No se vayan!, decimos, dicen, dijeron. Con la historia a cuestas, esa que se repite en ciclos, esa historia de caer hasta el fondo y recuperarse, no logramos convencer a los que miran alrededor y no ven otra cosa que ladrones sin condena, mercados sin clientes, diplomas sin currículo, territorios sin vivienda.

Los que alguna vez partieron en busca de mejores condiciones, comprobaron que hay sociedades posibles, con expectativas abiertas, pero los mejores lugares están cubiertos y en todos los casos el camino debe abrirse con mucho trabajo, con el síndrome del "sapo de otro pozo", sin amigos ni familia para refugiar la pena o celebrar la alegría. Muchos volvieron, otros, aunque menos, fueron logrando algún rincón desde donde afirmar su futuro. En definitiva, la felicidad no es una cuestión de geografía.

Aquí tenemos desposeídos que se juntan para robar, pero tenemos gente que se une en Cooperativas para organizar su trabajo y salir de la miseria original. Un poco más lejos hay territorios fiscales vacíos que pueden parcelarse para ser habitados y convertirlos en huertas o corrales productivos, sin necesidad de usurpar tierras que algunos consiguieron una vez de modo legítimo y que debieran hacer producir para no tentar a los habitantes de la miseria sin territorio. Lo malo es que existen los especuladores de la necesidad que logran una cuota de poder y la usan para la prepotencia y el delito. Estas personas, y los poderes que las avalan, son la verdadera pobreza de mi tierra; la que expulsa a nuestros jóvenes, la que incendia campos, la que deposita su pobre riqueza en paraísos fiscales.

No lograremos inversión productiva si seguimos regalando porciones de ocio sin oportunidades. Nunca lo hemos logrado, pero insistimos. Nuestros talentos resisten a pesar de nuestros descuidos. No dejemos que se vayan ante espejismos limítrofes o misterios europeos, pero no podremos clausurar las salidas, que si no son puertas serán ventanas.

Alguna vez gritamos "que se vayan todos"; no se fueron: llegaron más. Alguna vez dijimos "Dios es argentino" y parece decirnos "ayúdate que yo te ayudaré".

Necesitamos esperanza. Necesitamos abrir un resquicio hacia una sociedad justa. Necesitamos pensar en comunidad, la que llamamos Patria, aquella que sufrieron los que hoy decoran nuestras salas en estatuas y retratos. Necesitamos salir en procesión y pedirles perdón a nuestros ríos, a nuestros montes, a nuestro suelo por el daño que nuestra desidia les ha causado y les causa. Necesitamos ir hasta el lecho de enfermo de Manuel Belgrano, escuchar de sus labios decir: "Ay, Patria mía" y empujar con lo que tenemos el carro hacia adelante, que salga del pantano, que allá el camino sigue estando libre para el que pueda, sepa y quiera recorrerlo.

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