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Opinión

Tiempos de serenatas

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Comíamos y bebíamos rápido lo que en casa se nos ofrecía. Clericó suave, vitel toné, pollo, postre borracho y todo mojado con sidra o vino blanco o alguna de las pocas gaseosas que circulaban entonces. Y cantábamos, reíamos con un concepto claro de la felicidad porque estábamos juntos, desde los abuelos hasta los nietos más chicos. A las 12:00 hs era el momento de los regalos, pocos, sorpresivos, agradecidos. Después de cubierta la etapa doméstica, salíamos a cumplir con la convocatoria. Muy pocos tenían auto, los padres que los tenían escondían las llaves para no correr los riesgos de la alcoholemia, que iría en aumento. De rigurosa infantería, guitarra en ristre y alguna percusión improvisada, salíamos de ronda, a los lugares prefijados, allí donde nuestras amigas o novias esperaban, con la recompensa en forma de botella preparada junto a la ventana.

Son tiempos que no agregan capítulos vitales a la historia de los pueblos, pero seguramente han quedado grabados a fuego y sidra en aquellos que ofrecieron serenatas y aquellas que suspiraron complacidas ante los golpes de llamada en la ventana y la dedicatoria romántica -no exenta de interés- del grupo en el que aparecía con cierta timidez el muchacho que tenía alguna aspiración mayor que la simple botella de sidra.

Esteban Panero y su padre Juan Bautista (el abuelo Nin) han sido protagonistas activos de un tiempo de serenatas. Esteban decía: "El mejor recuerdo que tengo es aquello de las serenatas en navidad y año nuevo. Salíamos con nuestro conjunto "Los Changos de Villa del Parque", integrado por Raúl Vigini, Daniel Colaso y, en un tiempo, Jorge Ibáñez; la alegría nuestra era que detrás de cada ventana había una familia esperándonos". Juan Bautista agregaba: "Salíamos a medianoche, pero la vuelta no era nada fija, a veces volvíamos a la madrugada y a veces a la tarde del día siguiente, porque, como en ese tiempo no había tanto equipo sonoro, cuando caía un grupo con acordeón y guitarra, se armaba el baile y no nos dejaban ir. Casi siempre íbamos con la familia". "A veces se piensa que una guitarra es sinónimo de boliche. No es así. Uno no canta para que le paguen un vino sino para transmitir mensajes. Claro que hoy el ritmo de vida y la técnica ha cambiado mucho".

Canto y familia

Esteban Panero se casó con Sara Villarruel, su primera esposa, que falleció al nacer su hijo Raúl, el que quedó al cuidado de los abuelos. Años después, Esteban se casó nuevamente y de ese matrimonio nació Claudia. Esteban tenía una discapacidad motriz, y aunque con dificultades caminó hasta los 6 o 7 años. En ese tiempo fue atacado por la poliomielitis y ya fue inexorable su futuro en silla de ruedas. Con el apoyo de su padre siguió su actividad, iba a cantar adonde fuere, lo subían a los escenarios y se manejaba con toda soltura. Falleció el 8 de julio de 2008.

Claudia Panero, hija y admiradora, recuerda: "Las fiestas eran un tablón largo desde el fondo del garage de mis abuelos hasta la vereda. Venían todos los vecinos, cada uno con su comida y eran los de al lado, de enfrente, de la otra cuadra. Mi abuelo Nin manejaba la chopera con liso para todos. A las 12:00 hs, cambiaba la chopera por el acordeón y salía por el barrio. Por ahí se sumaba mi papá para cantar y caían sus guitarristas Morales, Capicúa, el Cuti Gómez, se armaba el grupo y ya no recorrían las casas del barrio, sino que los vecinos se acercaban para escuchar. La fiesta seguía hasta el almuerzo y por la tarde; no se sabe cómo hacían para aguantar el tren".

Andar la noche

Los recuerdos de serenatas se completan con el relato de Raúl Vigini. "En los años 1972 a 1975, con los amigos Esteban Panero y Daniel Colaso formamos el conjunto 'Los Changos', con el que tuvimos mucha repercusión, pero además, en Nochebuena y Año Nuevo, pasada la medianoche, salíamos de recorrida detectando las casas conocidas y al grito de 'Permiso, ¡serenata!' desgranábamos 'Córdoba de Antaño', un vals exitoso de esos años, que integraba el repertorio del trío. Cada vecino serenateado devolvía la atención con una botella de sidra, vino, ginebra, gaseosa (medio difícil esto) y cada obsequio iba a parar al fondo común de una bolsa de arpillera que engordaba con el correr de la madrugada. Eran tiempos de ventanas sin rejas, abiertas a una intimidad apenas cubierta por cortinas. Atravesábamos barrios enteros con nuestro cargamento que no se consumía en el trayecto, salvo por algún golpe de sed. En una oportunidad fuimos a cantar a lo de Teresita Volta, una querida profesora; al volver, llamamos en una casa que ocupaba una pareja de abuelos que, emocionados hasta las lágrimas, no sabían cómo disculparse por no tener alguna bebida fresca; en compensación, nos alcanzaron unos vasitos con un líquido que resultó ser grapa, ¡en verano! al primer trago caímos en la cuenta de lo que era y cada uno lo descartó como pudo en la zanja próxima. Devolvimos los vasitos dando las muchas gracias, con las orejas enrojecidas".

Tiempos de romanticismo y nostalgia, de andar la noche sin temor ni límites horarios. A muchos de nosotros se nos vienen en bandada recuerdos llenos de sonrisas y anécdotas, entre amores ausentes y esperas de ventanas entornadas.

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