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Opinión

Y se hizo la luz

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Todo debía hacerse desde el amanecer hasta el ocaso. La noche no tenía otro recurso lumínico que la luna o el paso apresurado de alguien en emergencia llevando un farol de querosén que servía más para señalar una posición que para alumbrar el camino. Hacia afuera del pueblo, la noche escondía el sonido de los cascos de un caballo y las ruedas del carro acompañando el silbido de un colono demorado. Era la colonia recién nacida. En el interior de las viviendas, las velas de sebo mantenían un círculo tembloroso para acompañar los últimos pasos del día. Con un poder adquisitivo mayor podía mantenerse un stock de velas de cera, con mejor luz y estética. La vela, montada en una palmatoria, en cuya base esperaba una cajita con fósforos de papel encerado, que provocaban un estallido cada vez que se encendían, era el auxiliar necesario para andar por la casa. En muchas familias se guardaban las velas para ser prendidas en caso de tormentas. Esas velas eran las que se bendecían en la ceremonia de la candelaria, se les adjudicaba protección y, con dudas o no, se mantenían hasta que la tormenta pasaba. Algo parecido ocurría con la compañía a los enfermos, que dio origen a una expresión que todavía hoy se utiliza: "pasar la noche en vela".

Primera usina

En la calle, la primera iluminación se produjo con algunas lámparas de querosén. Recién en 1908 la Comisión de Fomento autorizó a la firma M. J. Laurencena y Cía., integrada por Miguel Laurencena y Juan Masjoan, la instalación de una pequeña usina, con un tendido de 6.000 metros de cable, que alimentaba a 32 lámparas de arco voltaico y a otras 32 lámparas incandescentes. La usina se ubicó en la esquina de Brown y Alvear. Este sistema, por razones de costo y de producción, se mantenía apagado en noches de luna llena. En caso de nublarse, se autorizaba el encendido sólo a las de arco, hasta la medianoche. El costo de este servicio para la comuna era de $ 800 mensuales y fue inaugurado el 4 de septiembre de 1908.Antes de cumplirse el periodo autorizado hasta 1923, la empresa transfirió el servicio a Podio y Cordiviola. Comenzaron a producirse algunos problemas intrínsecos de la sociedad y de ésta con la Municipalidad y los vecinos, por lo que se transfirió a la Compañía Anglo Argentina de Electricidad. Lejos de solucionarse, los problemas se agravaron por abusos y arbitrariedades del permisionario, más los altos costos del servicio. La población, por medio de sus representantes, inició un movimiento tendiente a la creación de una usina local. Fernando Dentesano presentó un proyecto en tal sentido, que no prosperó hasta después de tres años.Entretanto, en los sectores fuera del cableado y en los campos, las reuniones nocturnas familiares y sociales solucionaban la falta de luz con el "Sol de Noche", también llamado Petromax, bautizado así por su inventor, el alemán Max Graetz, cuyo sobrenombre era "Petroleum Max", simplificado luego como Petromax.

Usina del Pueblo En 1925 fructificó la idea de la que se llamó Usina del Pueblo, con la creación de la Cooperativa de Electricidad, cuyo primer directorio provisional fue presidido por Cristóbal Bollinger, con Pedro Remonda como vice; estaba integrado además por Emilio Barbesino, José Scossiroli, Faustino Paviolo, Santiago Lorenzatti, Santiago Picasso, Antonio Selva, Mario Basile, Santiago Amadío, Donato Sapienza, Marcelo Signorini, Jaime Febrer, Emilio Maina, Enrique Gatti, Enrique Carbajo y Francisco Vaudagna. La Municipalidad, a través de su intendente Luis Tettamanti, apoyó el movimiento popular con un aporte accionario de $ 300.000, quedando creada de este modo la Compañía de Electricidad de Rafaela S.A. Ltda. La piedra fundamental motivó un acto el 26 de julio de 1925, al que concurrió como padrino el gobernador Ricardo Aldao y como madrina Ángela de la Casa, representada por su hija María Luisa Lehmann de Videla. Hubo una numerosa presencia de funcionarios y ciudadanos, para reforzar el concepto de obra concretada con el esfuerzo de todos. La bendición estuvo a cargo del RP. Dimas Mateos, en representación del obispo Agustín Boneo.Mientras se tramitaba lo administrativo, se instalaban máquinas y equipos de última tecnología, ubicándose en el edificio propio construido en bulevar Santa Fe 1671. La nueva usina comenzó a funcionar en noviembre de 1928; a los seis meses, se duplicó la demanda y el número de usuarios. En su interior, el enorme motor Mirlees rugía y vibraba dando la sensación de un eficiente proveedor de energía, y así fue durante mucho tiempo, hasta que la marcha constante fue minando su confiabilidad, al tiempo que su base de sustentación se resquebrajaba en forma creciente. Años después el motor tuvo la "ayuda" de un Fiat igualmente eficiente.

Usina Municipal

En 1932 -cuatro años después de iniciado el servicio- comenzó el proceso de municipalización de la electricidad, que culminó en 1935 con la promulgación de la Ley 2.444 por parte del gobierno de Luciano Molinas, y así todos los derechos fueron monopolizados por la Municipalidad, ratificados por la Ordenanza 552, que creó la Usina Eléctrica Municipal de Rafaela. En agosto de 1959 se inauguraron las oficinas, taller y depósito de materiales, construidos en un terreno junto a la planta generadora. El crecimiento de Rafaela, no sólo demográfico sino industrial y comercial, exigía cada vez mayor asistencia eléctrica, que no era totalmente satisfecha por la usina propia. A mediados de los años '70, Agua y Energía de la Nación tenía a su cargo el tendido de las redes de interconexión; en Rafaela se daba el encuentro de dos sistemas con distinto origen, que podían complementarse para servir a la ciudad en forma segura y eficiente. Se firmó el convenio, se inició así la provisión de energía interconectada y la Usina del Pueblo quedó como "reserva fría" para casos de emergencia. Hoy, los enormes motores, ayer rugientes, se llamaron a silencio e integran un museo específico, como testigos de una historia que continúa. Fuente: P. Gallo Montrull

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